La pandemia y los ritos funerarios

El ser humano suele hacer construcciones sociales por medio del lenguaje para crear realidad y soportar la parte de miseria que toca a cada cual. La muerte es el hecho más traumático al que debe enfrentarse sin escapatoria posible. La muerte conlleva preguntas sobre la vida y el después.

¿Hay algo más allá? Nuestro narcisismo se resiste a aceptar la nada después de la muerte.

En base a las preguntas que giran alrededor de la muerte el ser humano ha construido los ritos funerarios para sobrellevar la pérdida de la vida y el tránsito a otra posible.

Los rituales funerarios constituyen actividades humanas que se realizan para expresar la complejidad de símbolos en torno a la concepción sobre la vida y la muerte. Simbolizan el tránsito del mundo de los vivos hacia un reino espiritual. Los primeros en usarlos fueron los neandertales.

Sea cual sea la opción funeraria que se practique según las culturas y religiones como velorios, rezos, entierros, cremaciones, etc., los ritos están caracterizados por un elaborado código simbólico sobre la base del cual se construye  realidad social. Los ritos funerarios crean lazo social y actitudes de solidaridad que se establecen entre los deudos del difunto, sus allegados y amigos, facilitando ideas de pertenencia y lugares de identificación.

 

Tienen varias funciones. La primordial la de otorgar un sentido, un significado al proceso irreversible que supone la separación con la persona que se va, al tiempo que promueven el acceso de su alma a la nueva existencia que encontrará en el más allá.

 

Además: 1. función psicológica  al canalizar  sentimientos, como son la ira, el dolor, la rabia, la impotencia, entre otros. 2. Función sociológica ya que la celebración de los rituales funerarios permite estrechar vínculos de fraternidad y de apoyo para superar el dolor por la pérdida del ser querido.  3. Función simbólica pues al ser una construcción del lenguaje que  alude al mito que se escenifica con el rito.

Si se ejecutan los rituales, según la creencia de quien los practica, se pueden alcanzar los objetivos por los cuales ellos se realizan, es decir, lograr la trascendencia de una vida terrena a una divina, promover el descanso del alma del fallecido, facilitar la reencarnación del difunto y mitigar el dolor de los familiares.

Los ritos ayudan a aceptar y elaborar la pérdida, reflexionar sobre el misterio de la muerte, sobre lo profano y lo sagrado, son construidos con códigos simbólicos distintos según las culturas y religiones.

El confinamiento al que estamos obligados para evitar la propagación del contagio de la pandemia ha creado como efecto colateral la dificultad, en algunos casos la imposibilidad, de celebrar los ritos funerarios del fallecimiento de un ser querido.   Los seres queridos han muerto en la soledad de una residencia de mayores o en el hospital.  Han desaparecido sin previo aviso. No podemos llorarlos ni despedirlos, acompañados de  amigos, familiares y conocidos. No está permitido velarlos, celebrar los ritos funerarios, ni asistir al entierro. Son incinerados directamente y las cenizas se las entregan a los familiares.  Al verse impedidos de realizar los ritos, sobreviene un dolor añadido que deja al sujeto en estado penoso y ante un proceso de elaboración  más prolongado de lo normal, más angustioso y más difícil de llevar a buen fin.

¿Cómo elaborar estos estados y procesos del duelo? ¿Cuánto tiempo será necesario?  ¿Qué sintomatología van a padecer?

El término duelo,  se deriva de  dos raíces latinas; una es dolus (dolor) que hace referencia al estado y la otra duellum (desafío, reto) que hace referencia al proceso.

Los estados de dolor son soportables y pasan. Según Freud no requieren de ningún tratamiento. Si se convierten en patológicos es indicativo  de una falta de elaboración del proceso, ya sea a nivel personal o por un impedimento externo como es en este caso.

Desde mi punto de vista esta  situación la van a padecer muchos sujetos a los que no se les ha permitido celebrar los ritos por sus familiares  muertos. Se les deja solos con su dolor, se les  priva del duelo como reto que abre la  posibilidad  de elaboración, de cambio y reestructuración subjetiva que exige el esfuerzo que conlleva la pérdida de un objeto de amor.

Vamos a tomar a Freud y a Lacan para entender lo que el sujeto se juega en el estado y el proceso del duelo.

Freud en diciembre de 1914,  Primera Guerra Mundial,  expuso el tema del duelo y la melancolía en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Entre febrero y  en mayo de 1915 redactó el texto que conocemos y que salió publicado dos años más tarde bajo el título de “Duelo y Melancolía.”

Dice que el duelo está relacionado con la pérdida de un objeto de amor conocido y significativo para el sujeto  y el proceso consistiría  en retirar la  libido depositada en ese objeto. Este proceso puede derivar en una melancolía cuando no se sabe lo que se ha perdido y dice “El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento de sí mismo, un enorme empobrecimiento del yo”. Este pasaje se obstaculiza de modo tal que al no darse el proceso de retirada de la libido del objeto perdido, se produce una identificación primaria, como dice Freud “la sombra del objeto cae sobre el yo,  quien permanece sojuzgado por su ideal”.

En el duelo, el mundo se ha empobrecido y se ve vacío; en la melancolía, eso le ocurre al Yo. El enfermo nos describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo.

Freud considera que en el duelo se sabe lo que se ha perdido, distinto a la melancolía, en donde no se sabe.  Lacan afirma que tampoco en el duelo se sabe qué se perdió con aquel que se ha perdido,

Lacan aporta un enfoque distinto. En “El deseo y su interpretación” considera que “el duelo se emparenta con la psicosis” (Clase del 22 de Abril de 1959 y siete clases sobre Hamlet) en tanto que en ambos se trata de responder a un agujero que ha dejado el objeto perdido, ora en lo real en el duelo, ora en lo simbólico en la psicosis.

El tiempo de la tristeza en el duelo da cuenta de la poca disposición del sujeto por reemplazar el objeto perdido. Lo que nos remarca Lacan es que lo que está en juego es la relación del sujeto con el objeto en el fantasma, y mientras otro objeto no venga a ese lugar, lugar irremplazable porque es único para el sujeto,  el duelo no tendrá lugar.

El fantasma es el modo singular de cada sujeto para arreglárselas con la falta que nos estructura como sujetos,  es un marco de realidad subjetiva para enfrentar el mundo, hace lazo con el otro y sostiene la relación con el deseo y el goce.

Privar del rito funerario rompe el equilibrio sostenido por el fantasma. El sujeto se encuentra solo ante la pérdida, el dolor y la angustia, sin el apoyo de la comunidad de amigos y deudos  y de las funciones que desempeñan los ritos.

Para Lacan “el duelo, que es una pérdida verdadera, intolerable para el ser humano, le provoca un agujero en lo real (…) La dimensión intolerable, en sentido estricto, que se presenta a la experiencia humana no es la experiencia de nuestra propia muerte, que nadie tiene, sino la de la muerte del otro, cuando es para nosotros un ser esencial.  El objeto perdido resulta entonces tener una existencia tanto más absoluta cuanto que ya no corresponde a nada que exista, de ahí que el sujeto se hunde en el vértigo del dolor.”

Los ritos reconfiguran el espacio y el tiempo. Ser privados  de los ritos deja al sujeto suspendido y al borde de la escena.

Observamos en la práctica clínica que muchos sujetos en lugar de duelo presentan una melancolía y en algunos casos psicosis, a raíz de idénticas circunstancias ligadas a la pérdida  de un objeto de amor que hace agujero en lo real

Según Lacan ese agujero en lo real moviliza todo el orden simbólico. Produce una punzada de dolor en la estructura donde si la falta es el soporte de la castración, ella pierde su localización y el sujeto es reenviado a un lugar de privación. Desde dicha privación frecuentemente el sujeto se muestra en la escena. Vemos en la clínica como se presentan sujetos más del lado del fenómeno que del síntoma. Fenómenos de pasajes al acto, melancolías, anorexia, fenómenos psicosomáticos, ideas e intentos de suicidio.

Un buen trabajo para la elaboración del duelo tal como lo leemos en Freud y en Lacan implica tres tiempos.

Primer tiempo. Frente a la pérdida en lo real, la primera respuesta es el rechazo y la negación a aceptarla, el sujeto que queda en una posición de privación y desde ahí sin recurso a quedar representado en la cadena significante, se muestra en la escena. (Puede tener pasajes al acto, delirios, fenómenos psicosomáticos, intentos de suicidio, etc.)

Podríamos entonces decir que para transitar un duelo y poder elaborarlo, en primer lugar se trata de localizar la falta, nombrarla, aceptar que algo se ha perdido, no se trataría únicamente de saber a quién se perdió sino lo que se perdió en ése que se perdió. No renegar de ello.

El segundo tiempo comprende estrictamente al trabajo de simbolización que implica un alto gasto de energía de investidura y de tiempo. Aquí comienza el duelo como reto. Los ritos funerarios por su función simbólica ayudan en este tiempo.

Un tercer tiempo, el trabajo de duelo, donde  el sujeto en una posición activa consume por segunda vez la pérdida, “asesinando al objeto, matando el muerto” esto es; perdiendo en lo simbólico lo que había sido perdido en lo real.  Este paso permitiría investir libidinalmente otros objetos sustituyendo al perdido.

El trabajo de duelo una vez realizado permitiría entonces el investimento libidinal de otros objetos, en sustitución del perdido. Sin embargo, no sería difícil afirmar que el objeto por el que estamos de duelo, es insustituible. Aquella pérdida que sacude a la estructura del sujeto, por la que se está de duelo, es la de un objeto singular.

Lacan parece que no se conforma con considerar lo sustitutivo como culminación del duelo, sino que aporta elementos para pensar que un duelo ofrece la ocasión de una recomposición significante en la estructura del sujeto y con respecto a la falta.

Al introducir  el concepto de la segunda muerte, muerte anticipada, intrusión de la muerte en vida,  Lacan sugiere que es un elemento para pensar otro tiempo para el trabajo de duelo, un cuarto tiempo cuya culminación no sería ya la sustitución de un objeto por otro o por otros, sino del cambio de objeto en sí mismo, no se trataría únicamente de saber a quién se perdió sino lo que se perdió en ése que se perdió.

Si los estados del duelo y el consiguiente proceso de elaboración comprometen al individuo en tantas áreas de su subjetividad, ¿qué  horizonte  para su equilibrio y salud podemos pensar cuando se ve privado de las funciones que le ofrecen los ritos funerarios?

 

Manuel  Prado
Galapagar 8.5.20

 

Bibliografía

-Julián Barnes, Niveles de vida, Editorial Anagrama, S. A., Barcelona.

-Sigmund Freud, Duelo y melancolía, O. C., Ed. Amorrortu, Bs. As., 1992.

-Jacques Lacan, Seminario VI, El deseo y su interpretación, Ed. Paidós, Argentina.

-Jacques  Lacan   Seminario X  La Angustia.   Ed. Paidós

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