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Notas sobre cuerpo y presencia en 2020. Pandemia

Discursos sociales frente a las pandemias

Los epidemiólogos hacen hincapié en la repetición de la respuesta social frente a las epidemias a pesar del tiempo y de las diferencias culturales. Los hechos que se reiteran son:

1) La negación de la presencia de la enfermedad en el seno de la comunidad.

2) La atribución a otros de padecerla, generalmente al vecino y/o al enemigo o a grupos previamente marginados, como castigo divino a sus pecados.

3) El descreimiento en la ciencia y la búsqueda de alternativas mágicas o religiosas.

4) Las formas en las que las sociedades imaginan la epidemia y los valores morales imperantes en la época crean un obstáculo para la prevención y para su correcto tratamiento.

Otra constante que podemos señalar nosotros es el discurso bélico como discurso dominante. Susan Sontag en El sida y sus metáforas ha descrito lo que denomina cierta militarización del discurso médico frente a las enfermedades. Las metáforas militares tiñen casi todos los aspectos. La enfermedad es vista como una invasión de organismos extraños ante la que el cuerpo responde con la movilización de las defensas inmunológicas; a los esfuerzos por reducir la mortalidad se los denomina “batalla”, guerra que tiene por objetivo la derrota del enemigo. En los tiempos del Covid-19 se ha hablado de “lucha contra un enemigo invisible”

La metáfora bélica es usada por todos los actores sociales: médicos, enfermos, periodistas, científicos, representantes institucionales, etc. Se trata de una guerra en la que la victoria final está lejos, el enemigo es poderoso, inédito en la historia de la humanidad, un enemigo que muta, que invade de manera invisible, invencible por ahora por lo que se justifica una movilización general y un llamado a la guerra total, estado de emergencia durante el cual ningún sacrificio será excesivo, y que requiere una especie de unión sagrada frente al enemigo. Esta metáfora, base del discurso médico y también del discurso mediático, es mucho más que una figura retórica o lingüística. Tiene una dimensión ideológica: implica un mecanismo de producción de creencia social y también de control social.

La metáfora tiene la capacidad de crear y recrear la esperanza: la victoria al final del camino y, mientras tanto, entre el presente y el descubrimiento futuro de la solución, se despliegan los contenidos: estrategias- terapéuticas, armas-vacunas; víctimas-enfermos. Esto es problemático porque como en todo discurso movilizador, de unión sagrada, de antagonismo aliados-enemigos, el riesgo de segregación es grande y, desde el punto de vista ético tiene bordes persecutorios: el enemigo está por todos lados y se infiltra en silencio; también aspectos discriminatorios.

En el caso del Sida por ejemplo, algunos autores como Verón, Escudero Chauvel y Tabarovsky describieron incluso tres tipos de metáforas bélicas: la de guerra planetaria, la de guerra de trincheras y la metáfora del terrorismo.

Tanto en el Sida como en el Covid-19 podemos describir también cierto discurso religioso, que a veces toma la forma de que la enfermedad es la consecuencia de alguna decadencia y es frecuente su consideración como castigo divino.

Además del discurso religioso, y del discurso militar, parece necesario situar también un cierto discurso del terror y la catástrofe, que tiene sus consecuencias. Las representaciones apocalípticas abundan, la profusión de concepciones catastróficas en torno a la enfermedad determinan una retórica alarmista que, en ocasiones, antes que advertir, aterra y antes que prevenir, paraliza. Está lo que sucede ahora y está lo que se presagia: el desastre inminente.

Especialistas en bioética sostienen la importancia de contemplar los aspectos discursivos y culturales en cuanto inciden en la construcción social de la enfermedad, lo viral se liga con lo socio cultural y las propias palabras que se emplean de ordinario al respecto son hábiles para propiciar la marginación.

Los discursos en torno al Covid construyen significaciones de la enfermedad y determinan conductas. Una trama de ficciones sociales y particulares está operando, trampas metafóricas que coagulan un sentido y que podrán ser puestas en evidencia, interrogadas y desgastadas, o no.

Covid-19. Estupor ¿qué nos pasó?

A propósito de la pandemia Covid-19 el filósofo español Iván de los Ríos describía el momento inicial de desconcierto que implicó como experiencia del azar, no en el sentido matemático del término sino como expresión de la fragilidad humana, que es del orden de la irrupción de lo que nos pasa más allá de nuestro control o de lo que decidimos hacer. El azar como lo que no depende de nosotros y sin embargo acontece. Es una evidencia de la fragilidad humana.

No comprendemos, no entendemos, no previmos, pero se instaló. Como quiebre de dos fuerzas ficticias fundamentales y pretenciosas que nos configuran: el crecimiento ilimitado del capitalismo y la creencia en la excepción humana que no retorna al Bios de la naturaleza, como si fuésemos inmortales llamados a gobernar lo natural.

Y no estábamos preparados, llevamos siglos tratando de ignorar la fragilidad y la limitación humana, y ante la irrupción del azar, la peste, la pandemia, acontece en primer término el desconcierto ante la posibilidad de que esa fuerza desbarate los proyectos humanos, estamos poco entrenados para gestionar la contingencia.

¿Qué hacer para sobreponernos frente a tal emergencia práctica, que no se puede confundir con problemas que puedan ser resueltos por el consumo de píldoras o de recetas en sentido literal y metafórico?

¿Cómo responder sin optimismos cándidos que se basen en la negación como mecanismo, ni pesimismos llorones que conduzcan a inacciones o paralicen?

¿Se podrá vivir de otra manera a la altura de lo imprevisible? ¿Habrá alguna modalidad que contemple la fragilidad, la igualdad que nos construye como animales precarios?

La pandemia golpeó las certezas humanas: la naturaleza no es inagotable, la salud no es invulnerable, el crecimiento ilimitado no es siempre un indicador de progreso. El virus atacó también las certezas urbanas. Lo urbano como espacio singular de encuentros, vínculos, consumos culturales y otros rastros propios de las metrópolis constituyen una trama de museos, bares, cines, teatros y centros culturales que quedó rasgada de manera atemporal, porque no sabemos si podrá retomar su pulso ni tampoco sabemos cómo ni cuándo. El filósofo australiano Glenn Albrecht propuso el término solastalgia para denominar una suerte de añoranza del hogar en el que aún se vive pero que dejó de ser un amparo, un lugar reconocible, un refugio.

La historia y distintas ficciones han hablado a lo largo de los tiempos de las pestes que asolan las ciudades, esta vez con características globales, en momentos difíciles, pensar la historia con lucidez o leer la fábula que habla de nosotros mismos no es un movimiento regresivo, es volver a escuchar las alarmas que la tradición nos manda.

El cuerpo del otro imprescindible, el cuerpo del otro ahora peligroso

De hecho, hemos tenido que acudir a técnicas premodernas como la cuarentena, conviviendo con las más novedosas tecnologías. Y el ASPO se impuso a los seres gregarios y sociales que los sujetos humanos somos: sólo nos salvará el aislamiento social preventivo obligatorio. Brutal paradoja. Rita Segato no cesa de marcar el equívoco de pensar que la distancia física no es una distancia social.

En estos tiempos de migración de la vida a las pantallas, la mudanza forzada de muchas actividades del mundo físico y presencial al espacio de la Web, como el trabajo y la enseñanza, resulta inquietante. Extraña tensión entre lo público y lo privado, no podemos salir, sin embargo, la intimidad tampoco está preservada. El afuera no es el mismo, pero el adentro tampoco.

Algún experto en tecnología dijo que lo que no sea virtual puede dejar de existir, otros pensamos en la importancia de la proximidad física sobre cualquier virtualidad.

Pero esa relación imprescindible con el cuerpo del otro, por ahora postergada, ¿volverá a ser la misma? ¿O asistimos a un cambio que nunca imaginamos? En un tiempo de duelos varios –sin contar por enfermedad y muerte- nos referimos a micro pérdidas de los pequeños y grandes proyectos, de la regularidad de la vida cotidiana, del abrazo que saluda, festeja o consuela ¿cómo sobreponernos? ¿cómo lidiar con la incertidumbre dominante de un horizonte que desconocemos y de plazos que se prolongan y postergan?

Tiempos de nacimientos en soledad y de muertes en soledad ¿cómo es la vida entre esos extremos?

La anhedonia es un término muy utilizado dentro de la semiología psiquiátrica que indica la dificultad para experimentar placer, o interés o satisfacción y que describe estados de ánimo frecuentes en pandemia.

Está probado que se puede teletrabajar, pero no es tan seguro que otros aspectos de la vida soporten una modalidad telemática con la misma facilidad.

¿Su majestad, la vida on line?

El filósofo Éric Sadin se dedica a investigar las relaciones entre tecnología y sociedad y aborda críticamente la inteligencia artificial, alertando contra la dependencia tecnológica que puede generar al establecer nuevos valores de verdad.

Uno de sus libros lleva por título La silicolonización del mundo y allí analiza los modos en los que los sistemas de gestión algorítmica terminan dictando decisiones por nosotros, que a veces ni advertimos. Las tecnologías digitales, los sistemas y algoritmos son capaces de analizar situaciones y revelarnos estados de hecho con una velocidad que escapa a nuestra conciencia y terminan enmascarando una dimensión performativa que opera enunciando instancias decisionales con valor de verdad.

La industria de lo digital pretende estar presente en todo momento, indicando la acción correcta, saludable, óptima que deberíamos emprender.

Parece importante estar advertidos de estos tecnodiscursos, más aún en épocas como las actuales de pandemia donde efectivamente dependemos de ellos, nos resultan útiles y necesarios, incluso imprescindibles, para llevar adelante muchas tareas cotidianas. Justamente para poder servirnos de ello y no a la inversa, es decir para poder poner en primer plano –toda vez que sea posible- los testimonios que surgen de la realidad fáctica, material del terreno mismo y del espacio real, sea la escuela, el hospital, la universidad, etc. Eso será posible si para nosotros el lazo en el espacio real, la comunicación directa y presencial en territorio sigue teniendo prioridad toda vez que tengamos opción.

En tiempos de tanto recurso on line y digitalización de la vida cotidiana, parafraseando otro problema que es la medicalización de la vida cotidiana, vale la pena estar advertido del aparato retórico en torno de las tecnologías digitales.

Parte del problema es que se produzca una naturalización de los dispositivos, asistentes digitales e incluso las geolocalizaciones, tal que no advirtamos el valor performativo y de construcción de verdad que tienen, operando siempre en nombre de nuestro bienestar, nuestra salud, nuestra rentabilidad, nuestra eficiencia, etc. etc.

Aparecen como el acompañante perfecto capaz de interpretar nuestros estados y conveniencias, esto tiende a disminuir el valor del juicio humano a favor de una algoritmización en nombre de la eficacia.

Con efectos en el análisis del comportamiento, en la educación, en el mundo del trabajo y en el campo de la salud, tal vez sea importante recordar nuestra capacidad de decir “no”, me niego, la posibilidad de oponer a la automatización higienista otros imaginarios, otras modalidades de vida.

Frente a la tendencia del dispositivo digital y de las apps a diagnosticarlo, optimizarlo y anticiparlo todo, tal vez podamos recordar aquel decir beckettiano tan humano: “prueba de nuevo, fracasa otra vez, fracasa mejor”

Y también es necesario recordar con Freud la hiancia intrínseca a la naturaleza humana que implica un profundo desacuerdo, propio de la sexualidad humana -a diferencia del instinto- en la que algo en la satisfacción no encaja, hay un vacío que a veces el mercado y el consumo intentan suturar y las tecnologías saturar, allí donde en el muro del lenguaje, el malentendido, el equívoco y lo que no funciona tienen carácter estructural.

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