El ocaso de los semblantes

Si venimos al mundo cojeando y con algo que falta, que hace agujero en nuestra existencia, que a su vez instaura un deseo siempre presente y nunca satisfecho, a dios gracias, tiene sentido la eficacia de los semblantes puesto que su función es hacer creer que hay algo donde no hay nada. Función que Lacan pone de manifiesto a lo largo de su enseñanza por sus relaciones la verdad y con el discurso; una porque debe ser velada, desnuda es insoportable y el discurso porque crea lazos sociales.

Los semblantes nos permiten hacer algo con eso que por estructura nos falta y que mueve al deseo desde el origen.
Así, los semblantes habilitan respuestas posibles para hacer frente a este “no hay” con el que los seres parlantes tenemos que enfrentarnos. Son intermediarios para aliviar la falta, para dar sentido a lo que no lo tiene. Es una construcción discursiva o imaginaria que esconde, que muestra para esconder. No tenemos más remedio que recurrir al semblante para operar con el peso de lo imposibilidad e impotencia innata. Esa es nuestra verdad.

¿Por qué en la sociedad que vivimos se aprecia un ocaso de los semblantes?
El discurso capitalista y el del mercado se han propuesto borrar la función operatoria de los semblantes. La pasión por la reality show donde se muestra con toda crudeza la realidad perversa, el borramiento de la falta por medio de un exceso de objetos con el que no podemos dialogar, la anulación del sujeto, reducido a un objeto más de consumo para la política y el mercado, la declinación de la función paterna ocupada por los mercados a los que no pedir responsabilidad, pues no tienen imagen, la abolición de la seducción en el encuentro amoroso, la eliminación de la dimensión de la sorpresa, nos dejan desnudos e indefensos, abocados a la angustia y a la búsqueda de un nuevo objeto que tape momentáneamente el agujero que abre.

Me arriesgo a poner de manifiesto otra novedad de discurso; el discurso del algoritmo, mecanismo ciego y malvado que por medio del uso de datos nos dirá lo correcto y apropiado para ser feliz. La imaginación y la creatividad serán desterradas.

El semblante no es un engaño, debe ser tomado precisamente como aquello que está en las antípodas de la impostura o de la infatuación como ofrece el consumismo.

El discurso capitalista y su derivado consumista nos imponen un discurso con el objeto que rompe el lazo social y la cultura del relato, destruye el campo de lo imaginario. El sujeto termina por desaparecer, es desterrado al campo del consumismo que nos devora, de la angustia, campo donde faltan referencias y convenciones que nos permitan soportar la miseria de la vida cotidiana que nos tocó en suerte.

La tesis de Bauman sobre la sociedad líquida se cumple. La omnipotencia ofertada se convierte en líquida.

Manuel Prado Acosta
Psicoanalista. Madrid
Miembro de Entre-Dichos

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