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Cruce

“Y así, en un loco deseo de precipitarme en sus brazos, solo en ese momento, -más de un año después de su entierro, y a causa de ese anacronismo que impide tan a menudo que el calendario de los hechos coincida con el de los sentimientos-, acababa de enterarme (realmente) de que ella había muerto”. M. Proust – Sodoma y Gomorra.

 

CRUCE

 

La ficción de J.L. Borges sobre Pierre Menard autor del Quijote¹ abre la vía a todos los anacronismos posibles, incluido el de un cruce entre dos autores y dos obras mayores como son Cervantes y F. Pessoa, Don Quijote² y el Libro del desasosiego³. No cabe duda de que estos autores no tienen ningún punto en común más allá de su celebridad. Una vida agitada para el uno, y extrañamente calmada para el otro.

Sin embargo, si nos atenemos a estas dos obras, notaremos que ambas tardaron en darse a conocer. La primera parte del Quijote fue publicada en 1605, -Cervantes tenía 58 años- y la segunda parte en otoño de 1615; Cervantes moriría seis meses más tarde, a los 69 años. Bastante tiempo después de la muerte de Pessoa el 30 de Noviembre de 1935, a los 47 años, se encontró ese conjunto inacabado de reflexiones, pensamientos, aforismos, poemas y notas en papeles sueltos (fragmentos) guardados en un baúl “lleno de gente”, según expresión de Tabucchi4. El Libro del desasosiego fue publicado por primera vez en 1982. Ambos libros salen de la trastienda de sus respectivos autores. En el cap. IX de la primera parte del Quijote (capítulo que Borges presta a Pierre Menard) Cervantes anuncia que se trata de un texto encontrado en la judería de Toledo, escrito en árabe y que había sido necesario traducirlo y recomponer los fragmentos. (p. 53) Pura ficción que no pasará desapercibida a Borges.

El Libro del desasosiego no es verdaderamente un libro. Es el fruto de un verdadero trabajo de hormiga realizado por un equipo de especialistas que hicieron la obra fuente. El ordenamiento de todos esos fragmentos dispersos, ciertamente no habría sido del gusto de Pessoa, aunque éste había dejado algunas indicaciones en cuanto a la organización de un libro sobre el desasosiego.

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¹ J.L. Borges, Fictions, Ed. Folio, pag. 41. Borges, J.L. Narraciones, Emecé, Buenos Aires 1944.
² Cervantes, Don Quichotte, Ed. La Pléiade, revisada y corregida por Jean Cassou. Traducción de César Oudin y François Rosset.
Para la presente traducción hemos seguido el texto cervantino en la edición de Martín de Riquer, RBA Editores, 1994 (N de la T)
³ F. Pessoa, Le Livre de l’intranquilité de Bernardo Soares, Ed. Christian Bourgeois. Pessoa, F. Libro del desasosiego, Acantilado.
4 A. Tabucchi, Une malle pleine de gens, Ed. Folio. Tabuchi, A. Un baúl lleno de gente. Escritos sobre Pessoa, Huerga y Fierro Editores, 1997.

Podemos avanzar, como Borges con los capítulos IX y XXXVIII del Quijote, que el Libro del desasosiego no es exactamente el de Pessoa, o más en concreto el de Bernardo Soares, sino que es otra escritura del mismo texto.

Sobre los propios autores, diremos que son ellos mismos quienes que siembran la duda sobre los verdaderos narradores. En diversos momentos del Quijote, tanto en la parte I como en la II, se dice que el autor es Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. A partir del capítulo IX es él quien escribe una gran parte del Quijote. La novela aparece como la traducción de un texto “más antiguo escrito en lengua árabe y que relata hechos verídicos”.

El Libro del desasosiego es, a su vez, no de Pessoa sino de Bernardo Soares, su más próximo heterónimo, un semiheterónimo incluso: “Mi semiheterónimo Bernardo Soares aparece cuando yo me siento fatigado o soñoliento, tanto que mis facultades de razonamiento y de inhibición se encuentran un poco en suspenso; esa prosa es una ensoñación perpetua. Se trata de un semiheterónimo en la medida en que su personalidad, sin ser la mía, no difiere realmente de ella más que en una simple mutilación. Soy yo, con menos razonamiento y afectividad…” (Carta a Adolfo Casais Monteiro 13/01/1935)

Hay otra similitud entre estas dos obras en ese juego de mise en abyme de los autores. Si Bernardo es una mutilación, se podría adelantar la idea de una merma de juicio en Don Quijote (como dice Sancho Panza) que alterna entre un discurso sensato y una divagación desenfrenada.

La cuestión de la Realidad y la Verdad

Don Quijote se empecina en mantener como real su universo imaginario al precio de una mezcla entre ambos, lo que no deja de notar el canónigo de Toledo (Parte I, cap. XLIX) Tiene sólidos argumentos y un saber enciclopédico sobre la caballería que impresionan al canónigo.

La errancia caballeresca es un modo de vida. Los caballeros andantes son “ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia.” (PI, cap XIII) enderezando tuertos. La caballería andante “Es una ciencia […] que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, […] ha de ser médico […], ha de ser astrólogo […] y, finalmente, mantenedor de la verdad […]” (P II, cap. XVIII)

El universo de Don Quijote es un universo de sensaciones en el sentido en que lo entiende Pessoa. Se podría, en efecto, analizar el discurso de Don Quijote a través de lo que dice Bernardo Soares sobre la verdad y la realidad (LI-p.555)
“La única realidad para mí son mis sensaciones. Soy una sensación puramente mía […] no puedo, pues, estar seguro de nada, ni siquiera de mi propia existencia. No puedo estarlo más que de mis propias sensaciones. ¿La verdad? Es una cosa exterior. No puedo estar seguro de la verdad ya que ella no es una de esas sensaciones puramente mías.

Investigar el sueño es investigar la verdad, ya que la única verdad para mí soy yo mismo. Aislarme de los otros en la medida de lo posible es respetar la verdad […] la verdad es, pues, una idea o una sensación nacida simplemente en nosotros, representando para nosotros no sabemos qué, sin ningún sentido y, consiguientemente, sin valor […]
No nos quedan, en consecuencia, más que nuestras sensaciones como única “realidad”… De real no poseemos más que nuestras sensaciones. Pero “real” no significa nada. La palabra “significar” nada significa tampoco, al igual que “sensación” no tiene mucho más sentido, ni tener un sentido posee tampoco el menor sentido. Todo es el mismo misterio.”

Si para Don Quijote existir es salir al encuentro de otros, abrirse, ayudarlos –su inquietante desasosiego5 genera este movimiento hacia el exterior-, él mismo permanece siempre encerrado en su universo interior de certezas. Está movido por sus “sensaciones” internas y se esconde sin cesar de lo “real” exterior que, como le ocurría a Soares, no “significa” nada para él.

Pessoa, por su parte, reivindica este encierro6 en su universo interior. “Vivir es ser otro” (fragmento 94) Escruta el “afuera de su persona”, los desgarros de una personalidad estallada. La identidad plural y mutilada es una expresión de desasosiego de sí. Ese desasosiego no deja de tener relación con la necesidad de hacer hablar a un otro distinto de sí, a través de Bernardo Soares, su semiheterónomo.

« Yo no cambio, viajo… el viaje interior, el paseo solitario nos lleva al desasosiego para con nosotros mismos”, dice Soares. Don Quijote, por su parte, ha salido de sí mismo. Viaja acompañado realmente de Sancho e imaginariamente de una cincuentena de caballeros andantes7. Ambos viajan con sus heterónimos.

Hemos visto que las nociones de realidad y/o de verdad en Don Quijote y en Pessoa-Soares están muy próximas entre sí, aunque abordadas de distinta manera. Para Don Quijote, su convicción de la realidad de la caballería se apoya en los libros y en la certeza interior de su existencia. Para Pessoa la realidad es interior, está en sí mismo, y no puede afrontar el exterior ya que el mundo no es nada. No intenta involucrar a otros. Por el contrario Don Quijote,

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5 “La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera […] el trabajo, la inquietud y las armas son sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes…” (PI, cap. XIII)
6 “Me había puesto un viejo sobretodo, mis viejas pantuflas agujereadas, especialmente la izquierda, y con las manos en los bolsillos de este abrigo póstumo recorría, con paso decidido, la avenida de mi minúscula habitación, a grandes zancadas que escandían mi inútil ensoñación.” (L I fragmento 29)
7 “Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar […] Quiero imitar a Amadís haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso […] (PI, cap. XXV) gracias a sus certidumbres, busca socorrer a los oprimidos, viudas, huérfanos, mujeres… (cf. la lista de los deberes del caballero)

Sueños y locura

J. Baudrillard8, citado por Jieu Shin9 introduce la noción del Homo fractalis subrayando la posibilidad de convertirse en otro, de existir de incógnito en alguna otra parte, de preservar una dimensión secreta.

Con la invención de cerca de sesenta personalidades ficticias, los heterónimos, encargados de expresar las más diversas facetas de un autor múltiple, Pessoa ha fragmentado la personalidad y la identidad. El heterónimo Alvaro de Campos escribe: “todos tenemos dos vidas, la verdadera y la falsa. La primera es la que soñamos en la infancia y que seguimos soñando de adultos. La segunda, la que compartimos con los otros, la vida práctica, la vida útil, esa en la que terminamos en un ataúd”.
La vida soñada de Don Quijote se sitúa en su recorrido iniciático, en sus transformaciones alucinatorias de la vida cotidiana castellana. Aparece más nítidamente en circunstancias oniroides.

Cuando sueña que lucha contra el gigante enemigo de la princesa Micomicona (Dorotea) y destroza el camaranchón del ventero “que fue tan intensa la imaginación de la aventura… que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón… Y había dado tantas cuchilladas en los cueros (de vino) creyendo que las daba en el gigante“, que “Andaba Sancho buscaba la cabeza (del gigante) por todo el suelo…” (Parte I, cap. XXXV) Una vez despertado, sigue Don Quijote persuadido de haber vencido ya que había sido encantado. Sosegados todos, y sentados a la mesa, hace un discurso que es escuchado por todos y que maravilla por su lógica e interroga sobre su locura. “En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdiendo tan rematadamente en tratándole de su negra y pizmienta caballería.” (Parte I, cap XXXIX) Lo mismo sucede en el episodio en que discute sobre las novelas de caballería con el canónigo: “Y vuestra merced créame, y lo como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala. De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando… (Parte I, cap. L) Don Quijote da una respuesta a este clivaje: “el que está encantado como yo, no tiene libertad de hacer de su persona lo que quiere, porque el que le encantó le puede hacer que no se mueva de un lugar en tres siglos; y si se hubiere huido, le hará volver en volandas”

Bernardo Soares podría asentir: “estoy casi convencido de no haber despertado jamás. Ignoro si no sueño cuando vivo, si no vivo cuando sueño o si el sueño y la vida no son en mí más que cosas mezcladas, entrecortadas, en las que mi ser consciente se formaría por interpenetración” (Fragmento 285-292) “Todo lo que veo puede inducirme a error pero, sin embargo, no forma parte de mí… este desdoblamiento de la conciencia”.

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8 J. Baudrillard, Le pacte de lucidité ou l’intelligence du mal, Ed. Galilée, L’espace critique, p.50.
9 Jieun Shin, Le flaneur postmoderne, CNRS Editions.

 

El episodio de la cueva de Montesinos (Parte II, cap. XXIII) es también un buen ejemplo de ensoñación caballeresca. Don Quijote implora la ayuda de Dulcinea del Toboso en su periplo: “Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo…” Se duerme. Al salir estaba todavía dormido: “… volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara…) y espantado dice a Sancho y al primo “me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado… y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo…” Sigue el relato fantástico de su encuentro con el “alcaide y guarda mayor perpetua”, Montesinos, así como con el caballero Durandarte. Han sido encantados, con muchos otros, por Merlín.

Sancho y el primo dudan sobre el tiempo pasado en la cueva, una hora, tres días para Don Quijote. Para él todo lo que ha vivido en la cueva es verdadero. Ha visto a Dulcinea con “las otras dos labradoras” que Sancho había “encantado” (Parte II, cap. X) Montesinos confirma que son, sin duda, grandes damas igualmente encantadas.

Don Quijote reconoce que se ha dormido, pero sigue persuadido de que ha vivido realmente su sueño. En el capítulo siguiente Cide Hamete dice que el relato del caballero es extravagante y que no le da crédito. Pessoa, por su parte, no se preocupa por la autenticidad del texto escrito, no es él, es un heterónimo quien lo ha hecho, es otro distinto de él, y él le da un nombre. No hay necesidad autentificarlo. Al igual que Don Quijote que es el soñador, pero también el encantado: Bernardo Soares admitiría gustoso el relato del caballero de la Triste Figura “Yo soy dos – y dos guardan las distancias, hermanos siameses que guardan las distancias, hermanos siameses a los que nada une… somos dos abismos cara a cara, un pozo contemplando el cielo” (Fragmentos 10-11) Pessoa agrega en el gran texto de La Vía Láctea (p. 519 y ss) “Lo que hay de primordial en mí es la costumbre y el don de soñar…”

Los sueños locos de Don Quijote, esa merma de juicio de que habla Sancho, le lleva a ir al encuentro de su universo encantado y del mundo exterior. La frontera entre los sueños y la realidad es, para él, fluctuante e incluso incierta.

Las locas ensoñaciones de Pessoa le llevan a conocerse, « de golpe, de ser liberado de la penumbra del calabozo al que se está acostumbrado…” (Fragmento 39) “No he hecho nunca nada más que soñar… y nunca he tenido otra preocupación verdadera que la de mi vida interior… esa manía de crear un mundo ficticio no me ha abandonado nunca ni me dejará hasta el día de la muerte. Tengo todo un mundo de amigos en el fondo de mí, dotados de existencias personales reales… cuando sueño con todo eso, cuando recorro mi habitación de un lado a otro hablando en alto y gesticulando… cuando me veo encontrando a mis amigos, entonces experimento una gran alegría”. (Fragmento 93, p. 121)

Don Quijote renuncia poco a poco a sus locos sueños tras una estancia en Barcelona y tras el combate con el caballero de la Blanca Luna (el bachiller) en el transcurso del cual es derrotado. Decide volver a su pueblo. Don Antonio lo lamenta “…diría que nunca sane Don Quijote, porque con su salud, no solamente perdemos sus gracias…” (Parte II, cap. LXV)

En su lecho de muerte le dice a Sancho: “Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído”

Habría podido añadir: « Una tristeza crepuscular, tejida de cansancio, de falsas renuncias… un dolor como una verdad repentinamente despertada. Mi alma desatenta ve desplegarse ese paisaje de mis abdicaciones –largas avenidas de gestos ininterrumpidos, altos macizos de sueños, inconsecuencias tales como setos de boj separando caminos desiertos –todo se mezcla y se visualiza mediocremente en este triste lío de mis confusas sensaciones” (Fragmento 47, p.77)

El caballeresco hidalgo de la Mancha habría merecido este epitafio: “Llevo conmigo la conciencia de mi derrota como el estandarte de una victoria” (Fragmento 54, p. 85)

Bernardo Cide Hamete Menard Ramadier.

P.S.:En un delicioso librito: ”Los tres últimos días de Fernando Pessoa. Un delirio”, Antonio Tabucchi convoca, unos junto a otros, a los cinco principales heterónimos de Pessoa a la cabecera de su lecho. Acaban de despedirse de él y mueren nada más cerrar la puerta de la habitación del hospital en que ha muerto Pessoa el 30 de Noviembre de 1935. No sabemos qué fue de sancho Panza ni de los caballeros andantes tras la muerte de Don Quijote en otoño de 1615.

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